Author:
Juan de Salamanca.
Title:
VIDA LOCAL.
LA TUNA.
Publication:
Museo Internacional del Estudiante, 2009.
Original edition:
El Adelanto.
Date:
Jueves, 4 de febrero de 1915,
p. 2.
Lector: si has sido estudiante y al licenciarte
no te creíste obligado a meterte de hoz y de coz en la cofradía de
los serios, es seguro que en estas noches, en que los tunos
andan por la calle, sentirás que algo de lo más íntimo tuyo te habla
de días y de recuerdos pasados.
Seguramente al oír el pasacalle bullanguero,
sientes deseos de correr tras los tunos y acompañarles aunque
sea de ocultis ¿No sientes esos deseos? ¿No notas que al pasar los
tunos las piernas tiran de ti y te invitan a marcar el
compás?. Eres un pobre, metido a señor formal.
Aun así, no creo que debes renunciar a oír a los
tunos. Sería renegar de todo un pasado que puede ser el único
jugo de la vejez. No huyas: busca a los tunos y escúchalos.
No te preocupes más de estar cerca de ellos. Con esto bastará para
que reverdezcas las horas de juventud, que no se recuerdan siempre
que quieren recordarse.
En los periódicos diarios verás la noticia «Esta
noche visitarán los tunos el café... (aquí un nombre
conocido; el Suizo, e Pasaje, el Términus).»
Ese día cenas y te vas al café a la hora
indicada. Si puedes, eliges el café a que asistías cuando eras
estudiante. Aunque no seas muy afortunado es posible que encuentres
en tu turno el mismo camarero que te servía cuando eras estudiante.
No mirándote al espejo, hasta puedes creer que no han pasado los
días, los meses y los años.
El café está desierto, porque los demás no tienen
la impaciencia que tú y saben a qué atenerse en lo de las horas.
Siéntate con calma y espera. Si no te quedan por leer ni los
periódicos ilustrados, puedes esperar a examinar a los parroquianos.
Fíjate ahora que hay pocos: dentro de unos minutos no se les podrá
observar, porque será todo una confusa masa.
Los jugadores de dominó, que pegan con la misma
fuerza que hace veinte años; el parroquiano ilustrado, que lee los
periódicos solo en su asiento, y pensando y midiendo las palabras;
los discutidores de toda la vida; el que saborea el puro con más
gusto que si fuera un sultán...
Luego, el público extraordinario, el que viene a
visitar a la Tuna y sale ya de casa con cara de pascuas, porque esto
de ir al café, es un acontecimiento. La familia que come los
pasteles con delectación asombrosa, etc., etc.
Ruido de panderas en los aires, voces de los
golfos que se llaman, avisándose de que viene la Tuna, un barullo de
gente que se levanta para ver la entrada y la bandera, que se
inclina en la puerta, como para saludar, y después se levanta
orgullosa, rodeada por un grupo numeroso de estudiantes, que
terminan sus pasacalles entre salvas de aplausos tempestuosos.
La sala toda del café es universitaria, no hay ni
sitio donde colocar una gorra, ni parroquiano a quien no interese la
Tuna.
«Que hable Virgilio, que hable Virgilio», gritan
en un corro, y la voz corre enseguida de un lado para otro, y el
nombre del presidente va de boca en boca.
El calor ha hecho saltar varias cuerdas: se
repara el desperfecto, se templan los instrumentos y Bernardo empuña
la batuta, se oye una llamada del pandera y suenan en el aire los
acordes de unas guajiras.
El público escucha con un silencio artístico, se
oye algún viva de un entusiasta, se hacen señas unos a otros,
señalando a los conocidos, y al final, se repitan los aplausos, cada
vez más ruidosos.
El antiguo estudiante que hemos traído esta noche
al café para oír a los tunos no aguanta aquel barullo, llama
la camarero, paga su café y vuelve a casa acordándose de aquellas
Tunas.
Yo, que las veo pasar año tras año, siempre me
hago la misma pregunta: Si la música es arte, ¿no sería mejor que no
se disolvieran pasado el Carnaval?
Juan de Salamanca.