Autor:
Anónimo.
Título: ANOCHE EN EL LICEO.
LA VELADA DE LA
TUNA ESCOLAR SALMANTINA.
Publicación:
Museo Internacional del Estudiante, 2009.
Ver. original:
El Adelanto.
Fecha:
Sábado, 14 de febrero de 1925,
p. 3 y 4.
Discursos de los
señores Alarcos, Sánchez Rojas y Ruíz.-
Las presidentas.-
El concierto.
A las seis y media de la tarde, se celebró,
brillantemente, la anunciada velada literario musical, organizada
por la Tuna Escolar Salmantina.
La sala alumbrada «a giorno», ofrecía el aspecto
de las grandes solemnidades. En ella se había dado cita la
aristocracia salmantina, viéndose tan concurrida y con tal
profusión de caras bonitas que (con permiso de ustedes, y, valga la
frase), más bien parecía lindo joyel que avaro guardaba como
reliquia sagrada la hermosura y la gracia, la belleza, la belleza y
el donaire de la mujer castellana.
En una platea las bellísimas y distinguidas
señoritas Joaquinita Pérez Núñez, Lolita Esperabé y Ernestina
Fernández Dans, presidentas de la Tuna, realzaban la fiesta con su
gentil presencia.
Una repentina indisposición retuvo, en el lecho,
a la otra gentil presidenta, la señorita Gonzala García Delgado.
Comenzó el acto con un discurso-presentación del
catedrático de Literatura señor Alarcos, que hizo una elocuente
historia de lo que fue el estudiante del siglo XVI, comparándolo con
el actual, y cantando en su loor bellas estrofas líricas, plenas de
acierto y sinceridad.
Empieza diciendo el señor Alarcos que, para
complacer a los estudiantes de la Tuna, ha accedido a desempeñar en
esta velada un papel análogo al de la loa en los espectáculos
teatrales de los siglos XVI y XVII. En la loa – añade – se exponía,
entre chistes y anécdotas, el asunto de la obra que se iba a
representar; se elogiaba en serio o en broma alguna cosa, o se
comentaba la realidad de la época. De estos tres tipos de loa, elige
para la suya el segundo: la alabanza de la Tuna.
Si, como dice Caton, debemos poner algo de placer
entre nuestros cuidados para llevar con buen ánimo la pesada carga
de la existencia, lícito es que los estudiantes alternen el estudio
de los áridos textos con los devaneos y alegrías propios de la
juventud. El señor Alarcos comenta el tema del epígrama de Ausonio
«College, virgo, rosas», aduciendo textos de nuestros escritores
clásicos, entre ellos aquellas viejas palabras de la vieja Pipota,
la vieja de «Rinconete y Cortadillo»: «Holgaos, hijos, ahora que
tenéis tiempo, que luego viene la vejez, y llorareis los ratos que
perdisteis en la mocedad».
Después, el señor Alarcos evoca algunas escenas
de estudiantes del pasado. Refiérese, en primer lugar, a los
escolares goliardescos de la Edad Media, en cuyos cantos Eros,
Afrodita y Dionisios, juntamente con la sátira de las disputas
escolásticas y del alto clero, son los temas dominantes. Luego evoca
las serenatas de los estudiantes de los siglos XVI y XVII,
recordadas frecuentemente en las novelas y comedias de la época.
Y, por último, nos presenta a una pandilla de
alegres estudiantes, caminando por aquellos polvorientos y
frecuentados caminos reales.
Los estudiantes de hogaño – concluye el señor
Alarcos – son, en lo sustancial, iguales a los de antaño. Unos y
otros saben hermanar el trabajo y las alegrías, la ciencia y el
amor.
(Grandes aplausos)
El aventajado y distinguido escolar don Luís
García Blanco, dio lectura, magistralmente, a la siguiente crónica,
de nuestro ilustre colaborador Pepe Sánchez Rojas:
CABEZA Y CORAZON
Señoras y señores:
Las tunas escolares imprimen, por dos veces, su
huella en nuestra literatura salmantina, dejando oír, a través de
los siglos, el rasgueo de las bandurrias y el grato y grave sonido
de los bordones. ¿Recordáis las andanzas de «La tía fingida» y de su
sobrina la extremeña? Cuando aquella Esperancica venía de Plasencia
a Salamanca, pasando por Zamora, a enamorar corazones de muchachos y
estudiantes, y se hace acompañar por el gran parecer de una dama o
señora de compañía de mangas arrocadas y de jubón acuchillado, los
tunos de entonces, más tunos que los de ahora, no la dejan en paz un
momento. En la casa donde vive Esperancica arman un estrépito de dos
mil pares de demonios, hasta que los corchetes cortan por lo sano y
acaban con la zarabanda. No lejos de la Universidad está la casa de
Esperancica, de un sólo piso y de asequible entrada. Es tan guapa la
chiquilla, que cuenta con los pretendientes y novios a docenas. En
el fondo, ella es una mosquita muerta, entre pícara y reservona, que
tira solamente a casarse pronto y a casarse bien.
– La tía – ¡y qué
tía la suya, aquella doña Claudia de Meneses, de feliz recordación,
a la que empluman los alguaciles por alcahueta en una jaula de la
Plaza Mayor! – consigue traspasar mercancía en pasables y un tanto
equivocadas condiciones, a un estudiante manchego, nada asustadizo,
rijoso y crédulo como todos los manchegos. Y cuando los novios se
fugan por las viejas calles de nuestra ciudad, la de los Moros, la
de Cervantes, la de Serranos, la de Traviesa, tan mal alumbradas
antaño como hogaño, les acompaña siempre el ruido de las guitarras y
de las bandurrias, cantando romances de amor y de ventura.
Y a fines del siglo
XVIII, cuando la duquesa maja vive en el palacio de Monterrey,
Iglesias de la Casa se enamora de la sobrina de un cura, y mi
tatarabuelo don Francisco Sánchez Barbero llama narizotas a aquel
brutote de Fernando VII, las tunas vuelven a alegrar nuestra ciudad
con la jarana y la alegría de sus pasacalles.
Don Diego de Torres
Villarroel, catedrático y todo, sabe tonar una guitarra, torear un
novillo, cortejar a una mujer y fabricar aguas milagrosas que
proporcionan consuelo y paz a los corazones melancólicos y enfermos.
Por los patios escolares resuenan a todas horas, entonces,
instrumentos músicos de cuerda y viento. Se canta el madrigal:
«¡Ojos claros, serenos...!», se componen versos en alabanza de las
salmantinas guapas y resuenan coplas y villancicos , desde la puerta
de Aníbal hasta la puerta de Toro. El mismo don Diego de Torres es
el «tuno» mayor de nuestra Escuela. Hombre discreto, sabe que a los
veinte años, importa más el resplandor de unos ojos que una
digresión jurídica a propósito de las panderetas. Y nuestra Escuela
tiene el gesto amable de la casa de unos mozos más avanzados al
amor que a la ciencia y con más ganas de plática a la reja que de
actuar de sabiondos en el aula.
Hoy mismo, las
tunas son la expresión y el índice de nuestra mocedad y nuestra
mocedad y de nuestra confianza en la vida. «Quien pierde la mañana –
ha dicho el «eclesiastés» – pierde el día; quien pierde la juventud,
la vida pierde. No perdáis vosotros, estudiantes de Salamanca, la
mañana de sol de vuestra vida. La ciencia más asequible y más pura
es la que nace del amor de una mujer. Don Miguel, este caballero
vasco de don Miguel de Unamuno, que oye seguramente, ahora mismo,
desde los bulevares los compases alegres de vuestras guitarras y de
vuestras bandurrias, ha dicho, hablando de vuestros amores, que el
manantial de la ciencia brota siempre de los labios de una mujer.
Cuando yo era
estudiante como vosotros, y como vosotros me preocupaba más de las
mujeres que de los regaños de Cañizo, de Sáez o de Requejo, compuso
Miguel su oda a Salamanca. Y en ella nos dio el breviario del
perfecto estudiante:
Nombres que fueron
miel para los labios, brasa en el pecho,
canta don Miguel, que son para vosotros los de Blanca, los de
Pura, los de Concha. Porque nuestra boca se hizo para que los
paladeárais en silencio, sin temor a los ruidos indiscretos que
rompen el ritmo de vuestro corazón, y en vuestro pecho, anheloso de
eternidad, queman con dulce fuego unas palabras que sólo fueron
dichas para que vosotros las recogiéseis y las saboreáseis como el
más delicioso y grato de los manjares.
Las tradiciones caballerescas hubieran
desaparecido, ya hace tiempo, de la tierra si no hubiera sido por
vosotros, los estudiantes. No las dejéis marchar del todo, que es un
deber sagrado el conservarlas. En Salamanca florecen las tunas, yo
os lo aseguro, como en los prados las flores tempranas y abrileñas.
Nuestras calles llenas están de vítores rojos, que son el recuerdo
de una fecha. El recuerdo de una fecha que es siempre el nombre de
una mujer. En los bancos de la cátedra de Fray Luis, grabados a
navaja, aún quedan, palpitantes y frescos, nombres que fueron luz
para el espíritu y deliciosa inquietud para la vida. Si nuestras
nobles piedras rojas, encendidas al beso del sol hablasen, tened por
seguro que dirían madrigales. ¡Estudiantes y tunos: Un soñador,
paisano vuestro, que ha dejado prendidos y bien prendidos en los
muros de Salamanca, los mejores y más sutiles hilos de sus sueños,
os pide, por Dios, porque os desea una juventud eterna, que, al
mismo tiempo que nutris el cerebro de toda suerte de doctrinas,
reguéis el corazón con el agua fresca y abundante de la poesía!
En la vida – ya lo veréis después – hay que
discurrir a veces con el corazón y hay que sentir a veces con la
cabeza. Un corazón que no siente no puede asentarse nunca, y cabeza
que piensa derechamente y con hondura. Vuestro deber, a nuestros
años, es, estudiantes, vuestro amor. Cantad a las bellas, regaladlas
el oído del corazón y de la esperanza con vuestras mejores
canciones; sed mozos y muchachos ahora, que tiempo os quedará
después de sentar plaza de hombres. Y yo os aseguro que de las
emociones de hoy nacerán las ideas de mañana, y que más de una vez,
cuando la vida os imponga un camino, lo encontraréis lleno y
asequible, porque en vuestra mañana estudiantil bebisteis sin tasa
de la fuente del amor, que se convierte luego en sabiduría, en la
sabiduría única que podemos hallar los humanos, cuando ahuyentamos
las sombras del dolor con los dos recursos que tenemos a mano: el
del recuerdo que no se borra y el de la esperanza que no se pierde.
He dicho.
A continuación, el presidente don Jesús Ruiz
Fernández, inteligente escolar de Medicina, pronunció con gran calor
y entusiasmo un gran discurso, del cual damos los principales
párrafos.
Señoras y señores: La Tuna Salmantina vuelve este
año a resucitar en nuestra Universidad, una de las Universidades
españolas, quizá la única, donde esta costumbre no debió, ni debía
desaparecer, porque es recordar aquellos tiempos en que los
estudiantes usaban igual ropa que nosotros hoy vestimos; tiempos
felices para Salamanca y que dieron fama y gloria para toda la vida
a su Universidad.
La Tuna salmantina – repito – después de varios
años, ha vuelto este a pasear por la ciudad noble y generosa, y
fijaros en los que la forman (un poquillo risueños sí que están pero
sonríen, estoy seguro, de los apuros que en estos momentos está
pasando su presidente), fijaros en los que la componen y veréis
rostros jóvenes, alegres, animosos, como estudiantes que son; sí,
todos ellos son estudiantes, no podían abandonar por completo sus
libros y alternaban con ellos, los ensayos de las piezas que llevan
en su repertorio, por lo tanto, ellos y yo esperamos que sabréis
perdonar los defectos que encontreis en sus ejecuciones; y si hoy
llegan a entreteneros con sus tangos, pavanas, jotas, etc., se debe,
en parte, a su mucho entusiasmo, y, principalmente, a la paciencia
de su competentísimo director, don Bernardo García Bernalt, el cual
ha conseguido que Salamanca este año, respire un poquillo el
ambiente de aquellos otros inolvidables, en que los estudiantes, con
la cuchara en el gorro y tañendo sus instrumentos, iban recogiendo
la caritativa dádiva que les servía de sustento en sus años de
estudio.
Ya tenéis presentada otra vez a la Tuna, y ahora
voy a dirigir unas palabras de agradecimiento a vosotros en
particular, y al pueblo de Salamanca, palabras que me salen del alma
y que probablemente no sabré expresarlas como las siento; si nuestro
agradecimiento hacia vosotros es grande, porque habéis contribuido
con vuestro donativo a nuestra ayuda, sabiendo desde luego que no
veníais a oír a ningunos artistas, sino a unos aficionadillos, a
unos estudiantes, los cuales – no lo dudéis – pondrán todo su
entusiasmo en que las notas que arranquen a sus guitarras laúdes,
etc., suenen agradablemente en vuestros oídos y os reitero que
nuestro agradecimiento es inmenso; nunca olvidaremos Salamanca, la
cariñosa acogida que nos has hecho en tus casas; nunca olvidaremos
tampoco los vivas que nos dabas al desfilar por tus calles.
Y a vosotras, lindas salmantinas, que habéis
tenido la suerte de nacer en esta tierra, quiero daros las gracias,
porque con vuestra presencia contribuís a dar mayor belleza y
esplendor a esta fiesta; porque – siempre generosas y amables –
habéis abandonado vuestras labores para entreteneros en pintarnos y
regalarnos estas cintas, que pasearemos con orgullo por tierras
lejanas; porque al llegar al pie de vuestras rejas a rendir culto a
vuestra hermosura, con una serenata, nos habéis obligado a subir a
vuestros salones, nos habéis recibido con simpatía, y con
esplendidez nos habéis obsequiado; porque en las calles al oír
nuestros pasodobles, os parabais, y al llegar a vuestro lado nos
mirabais con unos ojos tan bondadosos, tan llenos de cariño, que nos
llenabais de ilusiones.
Y antes de terminar, permitidme me dirija a
nuestras bellísimas presidentas; quisiera tener en estos momentos la
elocuencia de un Castelar para expresaros con frases bellas, cual os
merecéis, todo el agradecimiento que hacia vosotras siente la Tuna
Escolar Salmantina del 1925; nos habéis honrado grandemente al
aceptar gustosas el cargo de presidentas, y nos sentimos orgullosos
al veros presidiendo esta fiesta.
¡Si vierais que
grupo tan encantador formáis en esa platea!, que más que platea
debía ser un trono, porque en ella estais vosotras, que sois las
reinas de la simpatía, de la delicadeza, de la hermosura, de la
elegancia de la bondad, de la..., pero no quiero molestar vuestra
modestia con palabras que habréis oído, con justicia, millares de
veces.
Sólo voy a deciros
que esos ramos de flores, hace unos minutos en nuestras manos, me
parecían preciosos, y desde que están en las vuestras, ya se están
poniendo lacios, tristones, y el color de la envidia asoma en ellos.
Por fin, voy a
terminar, haciéndoos otra nueva súplica, y es: mi madre, de pequeñín
– recuerdo muy bien – me decía que Dios a los ángeles no les niega
nunca nada; pues bien, fundándome en esto, yo os ruego que pidáis al
que todo lo puede, para que cuando lleguen las horas, para nosotros
trágicas, de Mayo, la fortuna nos acompañe en nuestros exámenes, y
así – estoy seguro – saldremos con éxito de ellos, y será otra de
las muchas causas por la cual os quedamos reconocidos para toda
nuestra vida.
En medio de grandes
y prolongadas ovaciones fueron impuestas por las presidentas, que
fueron obsequiadas con preciosos ramos de flores, las preciosas
corbatas, a la bandera de la Tuna, que quedó decorando el palco
presidencial.
Acto seguido se
alzó el telón y aparecieron los animosos jóvenes estudiantes que
forman la Tuna Escolar Salmantina, y que son los siguientes:
Junta directiva:
presidente, don Jesús Ruiz; vicepresidente, don Julio Mirat;
secretario, don Eugenio Ruiz de la Cuesta; Tesorero, don Juan
Arrojo; vocales: don Francisco Torralba, don Natalio Sánchez y don
Enrique Arteaga.
Guitarras: Juan
Arrojo, Eugenio R. de la Cuesta, José G. de la Vega, Enrique
Álvarez, Federico G. Bernalt, Antonio G. Bernalt, Luis Herrero,
Adrián Sánchez y José Pérez.
Bandurrias: Isidro
González, Zacarías Cordero y Graciliano Polo.
Laúdes: Natalio
Sánchez, Julio Mirat y Expedito García.
Violines primeros:
Francisco M. Torralba, Manolo Hernández, Enrique Arteaga, José
Sánchez López y José Veiga.
Violines segundos:
Tomás Santos Rodas, Fernando Bermejo y Gabriel Sánchez.
Hierros: Felipe
Velasco y Rafael López.
Panderos: Angel
Orts, Leandro Ledo, José María Pousa.
Postulantes: José
María Sanz de la Cruz, Cristóforo Morán, José Luis Mozos.
Bandera, José Luis
Maldonado.
Ejecutaron
primorosamente, obedeciendo a las órdenes del profesor don Bernardo
G. Bernalt, varios trozos de su escogido repertorio, como el
bellísimo pasacalle «Viva la Tuna», del maestro Bernalt; la serenata
«Por tí», el foxtrot «Ven a mi país» y el hermoso tango «Buenos
Aires», que fué bisado en medio de una nutrida ovación.
Fue luego
representado, por el aventajado alumno de Medicina don Cristóforo
Morán, el gracioso monólogo «Se me ha perdío una costilla», dando
una vez más muestras de ser un actor consumado.
Es imposible dar al
personaje más verismo, más propiedad y justeza. ¡Cuantos
profesionales que pasan por muy buenos, quisieran tener el dominio
de escena, la gracia, la soltura y las «facultades del señor Morán»!
Para él fueron los aplausos del público que obligó al joven actor a
salir a escena repetidas veces.
Después de un breve
descanso, se representó la historieta cómica en un acto y en prosa
de Ramón López Montenegro y Ramón Peña, titulada «Pulmonía doble»,
en la que lucieron sus cualidades de «maestros» en el arte de Thalia
los jóvenes estudiantes Orts, González, Polo, Ledo, García y Mirat
(J.), que fueron muy aplaudidos al finalizar la representación.
La tercera parte
del programa la constituyó un segundo concierto, interpretado por la
Tuna, que ejecutó la pavana de «La linda tapada», «Guajiras
populares» y la jota de Valverde, titulada «Estudiantina». Si
anteriormente fueron aplaudidos los intérpretes en las obras
musicales que hicieron oír al respetable, en éstas, que como broche
de la fiesta tocaban, oyeron entusiastas ovaciones, pues fué
verdaderamente esmerado el modo de hacerlas sentir al auditorio, que
las escuchó complacidísimo.
Federico García
Bernalt, uno de los más diminutos escolares, cantó con maestría y
afinación admirables, varias jotas con coplas alusivas al acto y
original del «Quisicosero», coplas que damos en otro lugar de este
número.
Nuestro más
sinceros plácemes a la simpática agrupación Tuna Escolar, que nos
hizo pasar una velada tan agradable que dejará entre nosotros
recuerdo imperecedero, y en especial al maestro Bernardo García
Bernalt, director infatigable de la Tuna, y a cuyos esfuerzos se
debe haber hecho de ella una notabilísima agrupación musical, y al
director de la parte escénica don Rafael Cordón.
En el teatro, lleno
totalmente, se encontraban en localidades preferentes:
En plateas, las
señoras y señoritas de don Matías Blanco, viuda de la Concha,
Esperabé, Nuñes de Pérez Fernández, Núñez de Monterde, Serviá,
Fernández Dans, Tapia, Faure, Mirat, Uguet, Polo, Goenaga, Hernández
(don Diego), Anaya, García Isidro, viuda de Peláez, Martín, Beato,
Encarna S. Falcón y Sánchez Sevillano.
En butacas, las
señoras y señoritas Redondo de Rodríguez Arias, Anta, Marcos
Escribano, Cardenal, Mañosa de Moneo, Morán (don Manuel), Junquera
de Santos, Pierna, Cuadrado, Cáceres, Bordona, Estella, Infante,
Latorre, Blanco Zaballa, Moro, Téllez de Meneses, Valdés, Bernardi,
Corcuera, Varade de Núñez, Pérez de Lucas, Alba de Sánchez
Tabernero, Mirat, Arenzana, viuda de Moneo, Álvarez Periáñez,
Berrueta, Salcedo Paradinas, Oliver, Villalobos, Guruceta, Heriz,
Baza, Eulalia Mañosa, Díez Solano (don Arturo), Mirat de Jiménez y
muchas más.