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VIRTUAL NEWSPAPER LIBRARY - International Museum of the Student

Author:              Arsenio González Huebra.

Title:             VIAJE DE LA TUNA A PORTUGAL XVI.

Publication:   Museo Internacional del Estudiante, 2009.

Original edition:  El Adelanto.

Date:            Viernes, 28 de marzo de 1890, pp. 1 y 2.

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Regreso a Oporto.- Concierto de beneficencia.- La Bolsa, el puente de don Luís, Fox y el puente del Duero.

            Habíamos ofrecido dar en Oporto un concierto a beneficio de los estudiantes pobres de Lisboa, con el concurso de la Tuna portuense.

            Cuando al siguiente día del concierto de Coimbra, nos preparábamos a dar el segundo, recibimos un telegrama de Oporto, en el que se nos decía que aquella misma noche se celebraba el concierto de beneficencia; que la primera parte la ejecutaría la Tuna portuense, para dar lugar a nuestra llegada, y que se nos esperaba con impaciencia.

            Este telegrama se recibió a las dos de la tarde y el tren salía para Oporto a las tres y media; no había que perder tiempo. Los estudiantes de Coimbra se esforzaron en hacernos desistir del viaje asumiendo ellos toda la responsabilidad; pero el compromiso estaba adquirido y no pudimos sustraernos a la voz del deber: cerca ya de las dos y media, dí la orden y bajamos a la estación seguidos de todos los académicos coimbricenses, a tiempo oportuno de tomar billetes y salir con dirección a Oporto, a cuyo punto telegrafiamos anunciando nuestra partida.

            Comimos en la estación de Pampilhosa y seguimos el viaje sin novedad alguna.

            Ya he descrito este precioso camino cuya mitad hicimos de noche al regreso: la vista de Oporto desde el puente del ferrocarril a las ocho y media de la noche, es fantástica; parece un monte de luces que se hacen todas visibles a causa de la situación topográfica de la ciudad, tendida sobre una larguísima loma.

            A las nueve llegamos a la estación de Oporto, donde nos esperaba una comisión con dos hermosos carruajes-tranvías, que nos llevaron directamente a Príncipe Real, sin darnos tiempo para limpiar las ropas del polvo del camino.

            Cuando a las nueve y media llegamos a este coliseo, ya habían llenado su parte del programa los académicos de Oporto y la Tuna salmantina entró, desde luego, en escena para cumplir su compromiso.

            El teatro estaba lleno de bote en bote, como decimos vulgarmente: no he de hacer la descripción de esta fiesta, por no repetir lo que en las anteriores; solo diré en conjunto, que fue magnífica y que cosechamos aplausos y flores en exorbitante abundancia.

            En un intermedio fui llamado, como ya era de costumbre, presentándome en el palco escénico en medio de las dos estudiantinas. Después de la simpática recepción con que me honraba siempre aquel público, recibí de manos del presidente de la comisión portuense, una magnífica corona de laurel, plata y oro, con dos magníficas cintas de los colores nacionales, portugués y español: en aquellas cintas se leía, en letras doradas, la inscripción siguiente: «Los académicos de Oporto a sus colegas de Salamanca.» Pronuncié un discurso de gracias que me pagaron con flores, aplausos y vivas, terminando el concierto en medio de una ovación ruidosa, que nunca se apartará de nuestra memoria. El producto íntegro de este concierto, lo dejamos para el objeto benéfico, sin querer aceptar parte alguna.

            Salimos del teatro y fuimos tocando hasta el hotel, seguidos de estudiantes y de numerosísimo público: desde los balcones nos saludaban con entusiasmo y nos vitoreaban, y desde la redacción Da Manha nos arrojaron multitud de flores, después de vitorearnos y de vitorear a España con verdadero delirio.

            Al siguiente día, sábado, estuvimos libres; fue el único día que pude dedicarme a ver algo, así es que, después de almorzar y de hacer compromiso de una matiné para el siguiente día en el Palacio de Cristal, me fui con media docena de tunos a ver el Duero, la Bolsa y la inmediata villa de Fox, a la orilla del atlántico.

            La Bolsa de Oporto tiene fama universal, que en mi opinión, está sobradamente justificada; es un edificio soberbio, de nueva construcción, y un pórtico regio que da acceso, previa una gran escalinata, al patio donde se hacen diariamente las cotizaciones: este gran patio cubierto de cristales y embaldosado con refinado gusto, sostiene sobre esbeltas columnas una galería superior que da paso a los distintos departamentos del edificio. Por una escalera magnífica se pone en comunicación este patio con el piso superior donde se admira una sala estilo puro árabe, que aunque muy recargada de oro, resulta elegantísima y del mejor gusto; el suelo de mosaico, es de extraordinario mérito. Otra sala estilo Luís XV, adornada con riquísimos muebles de severa elegancia, y los retratos de don Fernando y doña María de la Gloria; otra donde se reúnen a diario comerciantes y bolsistas y algunas otras que según me dijeron son clases especiales de comercio.

            Gratamente impresionados salimos de la Bolsa y nos fuimos a ver el doble puente de don Luís, la mejor obra en su clase que he visto; compónese de un solo arco monumental en el que apoya el puente superior y del que está colgado el inferior; es de una altura colosal y representa conjuntamente, un capital fabuloso, un trabajo titánico y una inteligencia suprema; es del ingeniero Eiffel, autor también de la famosa torre de su nombre.

            Al salir del puente superior para bajar al inferior, encontramos a una señora con dos señoritas, perfectamente vestidas y que desde luego revelaban un rango social elevado: nosotros, con el sombrero en la mano, pero sin detenernos, las galanteamos y las dijimos que eran lindas y graciosas y ¡olé por las niñas portuguesas! etc., etc.

            Sonriéronse las tres damas y cada cual siguió su camino, creyendo que con lo dicho había concluido este accidente. Diez minutos tardamos en bajar al otro puente y cuando cerca de él me asombraba de la altura y majestuosidad de la obra, me llamó la atención mi secretario particular hacia el extremo de la barandilla del puente alto; miré y vi a las tres señoras que nos contemplaban desde aquella altura fascinadora como el abismo; me quité el sombrero y a los pocos instantes bajaban dando vueltas camelias blancas y encarnadas que tardaron buen espacio de tiempo en llegar al suelo; eran las flores que las servían de adorno, y de las cuales se despojaron para responder a nuestra galantería.

            Pasamos el puente inferior, y después de contemplar nuevamente aquella obra gigantesca que ha sido causa de mi mayor asombro en Oporto, seguimos por la orilla del Duero viendo los buques, la Aduana y las populares orillas de río, animadas constantemente por la gente de mar, los pescadores, el tráfico de la Aduana, cargadores del muelle, etcétera, etcétera.

            Tomamos el tranvía y seguimos en él hasta Fox, sin perder de vista las orillas del Duero hasta su desembocadura; allí estuvimos largo rato contemplando el mar, que bastante agitado aquella tarde, rompía en la orilla levantadas e imponentes olas; cuando quisimos ir a Matusinhos, eran las cuatro y cuarto, y estábamos a una legua del hotel; no hubo tiempo de seguir nuestra excursión y volvimos a Oporto, donde llegamos a la precisa hora de comer.

EL TUNO PRIMERO.

(Continuará.)

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NOTA: Artículo procedente de investigación original inscrita con el número SA-120-02 en el Registro de la Propiedad Intelectual. La presente edición ha sido normalizada y corregida para evitar el uso no autorizado de la misma. Todos los derechos reservados.
 

 
       
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