Sitemap.xml | Portada | Indice | Informacion | Colecciones | Videos | Biblioteca | Hemeroteca | Cancionero | Exposiciones | Noticias | Medios | Autor | Contacto |   

 
















 

 

 

 

       



 

Hemeroteca Virtual - Museo Internacional del Estudiante

Autor:              Luís Taboada.

Título:             EDICIÓN DE MADRID.
ESTUDIANTINAS.

Publicación:   Museo Internacional del Estudiante, 2009.

Ver. original:  El Nuevo Progreso.

Fecha:            Lunes, 17 de febrero de 1890, p. 2.

____

            El Carnaval nos brinda con sus placeres.

            Hace ya muchas noches que andaban por ahí las estudiantinas, asustando a los niños que se acuestan temprano, y produciendo en el corazón de las sirvientas toda clase de emociones.

            Hay doméstica que está fregando la loza con la mayor sencillez del mundo; pero oye las flautas estudiantiles y deja caer el cacharro toda conmovida.

            Si los estudiantes supieran la loza que se rompe oyéndoles tocar, dejarían sus efluvios musicales para otras horas; pero ellos no pueden contener los impulsos de su afición artística, y se lanzan a la calle flauta enristre, dispuestos a trastornar cabezas y a difundir melodías por los ámbitos de la capital.

            Este año el número de estudiantinas es considerable. Ha cundido la voz de que por este camino se llega a la celebridad, y muchos chicos que no tocaban nada el año pasado, salen en el presente agarrados a la guitarra.

            Muchos jóvenes que han tocado la pandereta en pasadas estudiantinas son hoy consejeros de Estado, o ministros, o tenientes de alcalde; y es natural que otros muchos busquen por el camino de la estudiantina el logro de sus deseos.

             Mas no todos lo consiguen.

            Las novias de estos chicos padecen lo que no es decible cuando llega el Carnaval, porque ellos no se cuidan y salen  en las noches de frío con la capa terciada, sin taparse la boca ni cortar el relente. ¡Y si fuera esto solo! Pero a lo mejor se paran en una esquina para tomar pastelillos indigestos y requebrar a las chicas que pasan... ¡Son atroces!

            - Manolo, dice una joven enamorada a un primer violín de La Escolar Arganzuelense, si quieres que continúen nuestras relaciones, deja la estudiantina.

            - ¡Pero Dolores! ¿Falto yo a alguien con ser primer violín?

            - Faltas a todo. Antes no bebías vino más que en las comidas, y ahora tienes un aliento que trastorna a una. Además, en cuanto te juntas con los compañeros ya no te acuerdas de que estás en relaciones conmigo. Lo sé por papá que te vio anoche con el violín debajo del brazo, junto a una pescadería, hablando con una criada de servir.

            - Dolores, tú no te pones en razón. Desde el momento en que es uno estudiante, no tiene más remedio que hacer muchas cosas aunque no le gusten.

            -  Por eso estoy a matar con las estudiantinas. Como sois guapos y tocáis bien, todo el mundo os agasaja y vosotros abusáis.

            -  No seas tonta, mujer.

            - ¡Qué razón tiene Dolores! Las estudiantinas han sido la causa de que muchos chicos abandonaran la senda del bien para lanzarse en el mundo de las aventuras.

            Nosotros hemos conocido un joven extremeño que estaba empleado en una fábrica de gaseosas y además tocaba el flautín en su casa. Un día fue solicitado para formar parte de La Tuna Atolondrada, y él accedió gustoso, a pesar de los sanos consejos del fabricante, que le decía:

            -  Eleuterio, mire usted bien a lo que se expone. Esas tunas no son más que cuadrillas de calaveras, y usted es un chico del comercio.

            -   He dado mi palabra, D. Críspulo.

-       Bueno; allá usted

            Efectivamente, Eleuterio empezó a sumar mal y a equivocarse en las facturas.

A lo mejor le pedían una docena de gaseosas de limón y las despachaba de citrato de magnesia, siendo causa de que los parroquianos se purgasen inconscientemente. En vez de ponerse a sentar las operaciones en el libro de caja, se iba al almacén y metía la cabeza dentro de una barrica. Ya allí, sacaba el flautín y se ponía a ensayar un pasa-calle.

            -  ¿Qué hace usted, D. Eleuterio, le preguntaba un mozo de la fábrica al verle de aquel modo.

            -  ¡Silencio! Que no sepa nada D. Críspulo. Meto aquí la cabeza para que no me oiga.

            Otra vez, mientras Eleuterio preparaba una docena de botellas, vino a decirle un compañero de tuna:

            -  Esta noche a las siete en punto tenemos ensayo.

            -  ¿Dónde?

            -  En la calle del Sombrerete, 8, cuadra.

            -  No faltaré.

            -  Rodríguez ha compuesto una jota divina. Tienes tú un doble picado en el flautín que va a dar el opio

-  Corriente.

Y Eleuterio, olvidando las botellas, dejaba que los mozos las encorcharan de cualquier modo; después comenzaban las reconvenciones de D. Críspulo.

-  ¡Brutos!, decía furioso. ¿Es así como os he enseñado a poner los corchos?

¡Pum!... ¡Pum! hacían entre tanto las botellas destapándose solas.

De todo tenía la culpa Eleuterio, que no vigilaba, hasta que el principal, cansado de tanto flautín, le puso de patitas en el arroyo.

Pero llegó el Carnaval; Eleuterio salió por ahí vestido de zuavo, con una borla en el gorro que pesaba tres libras y unos calzones colorados que parecían dos refajos unidos, y, naturalmente, gustó muchísimo al público. Entonces se enamoró de él la viuda de un sastre, y no tuvo más remedio que casarse con ella para que no se muriese de desesperación.

Hoy Eleuterio parece un paraguas metido en una funda.

-  ¿Cómo está usted tan flaco y tristón, le preguntamos.

Y nos contesta con lágrimas en los ojos:

-  Porque me he casado con un demonio.

-  ¿Lo pone a usted en ridículo?

-  No, señor, me pega; mi martirio es diario.

-  ¿Pero le pega a usted todos los días?

-  No; un día me pega y otro me muerde.

-  ¿Y no puede usted evitarlo?

-  No, señor, dice que está acostumbrada, y que si la quitase esta distracción se aburriría.

Muchas veces no conviene ser guapo ni salir de estudiantina, porque llega uno a inspirar pasiones vehementes y acaba por perecer a manos de una viuda irascible.

¡Jóvenes que tocáis la flauta! Alejaos todo lo posible de la mujer y no tratéis de hermosear vuestro físico con el gorro turco. Cuantos más encantos personales atesoréis, mayor será vuestra desgracia.

Ya lo dijo un poeta de Teruel:

«¡Ay infeliz del que ha nacido hermoso
          y sus formas envuelve en percalina!
          Todo aquel que pretenda ser dichoso,
          huya de la engañosa estudiantina.»

LUÍS TABOADA.

____

NOTA: Artículo procedente de investigación original inscrita con el número SA-120-02 en el Registro de la Propiedad Intelectual. La presente edición ha sido normalizada y corregida para evitar el uso no autorizado de la misma. Todos los derechos reservados.
 

 
       
Volver a la página anterior
 
   
 Volver a la página anterior