
Autor:
Arsenio González Huebra.
Título:
VIAJE DE LA TUNA A PORTUGAL XII.
Publicación:
Museo Internacional del Estudiante, 2009.
Ver. original:
El Adelanto.
Fecha:
Miércoles, 19 de marzo de 1890, pp. 1 y 2.
Salida de Oporto.-
Panorama.- El español, lo es en todas partes.- Pampilhoza.
El camino de Oporto a Coimbra, es delicioso. Al
salir de la estación se empieza a contemplar el precioso panorama de la
ciudad en medio de aquella campiña, accidentada, siempre verde y siempre
florida, que parece privilegiada por los dones de una eterna primavera.
A los diez minutos de marcha se pasa el gigantesco puente de hierro
sobre el Duero, que en solo un arco, salva un abismo espantoso, en cuyo
fondo se mueven en direcciones distintas buques de vela y de vapor que
ofrecen al viajero un excelente efecto de vista; a un kilómetro y medio
próximamente se distingue el Océano cuyo agitado oleaje se percibe
perfectamente al quebrarse las oscuras ondas en lomas de blanquísima
espuma que desaparecen y se renuevan sin cesar. Al otro lado del camino
se ve un ferrocarril de vía estrecha cuya aplicación no pudimos
averiguar.
Los viajeros todos, se disputan las ventanillas
de los carruajes para contemplar el hermoso cuadro que ofrece al camino a uno y otro lado, pero especialmente al derecho, que a los encantos de
la campiña, ofrece los del mar que no se pierde de vista hasta la
preciosa villa de Espinho, estación balnearia muy concurrida en los
meses de verano por los bañistas españoles.
La línea del norte que en éste viaje recorríamos,
es la que une a Lisboa y Oporto, con lo cual queda dicho implícitamente
que es de mucha circulación dando esto lugar a que de tres o cuatro
estaciones cruzásemos con trenes de viajeros. En todos estos cruces
éramos victoreados calurosamente por los viajeros, a los que nosotros
contestábamos dando vivas a Portugal y a la integridad del país y de sus
colonias. Los tunos iban entusiasmados contemplando el mar, que
muchas veces llegaba a doce o quince metros de la vía quebrando su
oleaje ante nuestros asombrados ojos: todos, absolutamente todos, sin
atender al cansancio que por la mañana nos abrumaba, íbamos contemplando
el panorama del camino cuya belleza ha dejado impresión profunda y
recuerdo indeleble en nuestros ánimos.
En las estaciones del tránsito sin excepción, se
daban los vivas de ordenanza, pues casi podemos llamarlos así,
toda vez que éramos en ellas vitoreados; y desde los preciosos
chalets y villas que se levantan en el camino como hermosos
modelos de arquitectura moderna, nos saludaban las gentes con pañuelos y
sombreros dándonos pruebas inequívocas de afecto y hospitalidad.
Así llegamos a la preciosa villa de La Granja que
llama la atención por la belleza de sus edificios, y después a Espinho,
que rivaliza con la primera en construcciones urbanas; en este último
punto nos saludaban con más entusiasmo si cabe que en las demás
estaciones, siendo digno de notarse el afán conque nos saludaban desde
un hotel tres señoras que no dejaron de agitar sus pañuelos hasta que
los accidentes y vueltas del camino, rompían la visual que nos
comunicaba con ellas.
A la salida de Espinho, empieza la vía férrea a
internarse en el continente, y el mar se pierde a lo lejos, dejando al
viajero la plenitud de su atención para contemplar la bellísima flora
que no decae ni un instante durante todo el viaje a Coimbra.
Habíamos madrugado aquel día, y por todo alimento
habíamos tomado como dije antes, una taza de café con pan y mantequilla,
de modo que el hambre empezó a escarbar en los estómagos y a las once de
la mañana era un roedor en nuestras débiles economías. En ninguna
estación encontrábamos fondas ni restauranes donde aliviar la fatiga de
los estómagos, y consultando con la guía, vimos que hasta la estación de
Pampilhoza no había de qué darlas como decía un tuno; pero
¿creen ustedes que el cansancio, el sueño y el hambre relajaban el humor
y carácter de la Tuna? Ni un instante.
Tres o cuatro tunos templaron las
guitarras y a los pocos momentos atronaban el vagón treinta voces que
robustas y templadas cantaban acompañadas por aquéllas:
Señora Cilidonia
Encienda usté al bilón....
Después entonaban otra canción por el estilo,
luego otra y así sucesivamente salió a lucir todo ese repertorio popular
español que se oye a raíz de las juelgas callejeras.
- ¡Que hable el padre Dionisio! decía una voz – y
el bueno de Tato, subido sobre un asiento, se dirigía a las masas
diciendo poco menos: - ¡Ciudadanos! ¡hijos de Valdejuan! etc. ¿Qué es el
hombre municipal!? un solípedo; la república es su única salvación; ¿y
qué es la república?, la república es que mandemos todos y que no mande
ninguno.
Bravos y aplausos coronaban la oratoria del padre
Dionisio, al que seguía en el uso de la palabra, Santa María, que nos
soltaba otro discurso del mismo jaez, recibiendo al final otra
ovación por el estilo.
En este punto llegábamos a una estación de un
minuto de parada, y antes de dar el jefe el primer aviso, ya estaba el
andén convertido en circo, donde los tunos simulaban una corrida
de toros de beneficencia, echando toda clase de suertes,
lo mismo a la caseta de un guarda aguja, que al primer compañero que se
presentaba a la vista.
Los viajeros portugueses, iban todo el camino de
pié, contemplando aquellas escenas con la sonrisa en los labios y el
asombro en los ojos, admirados del humor y el carácter de los
estudiantes españoles.
A las doce próximamente llegamos a una estación,
en una de cuyas puertas se leía restaurante. No había terminado
la marcha del tren y ya se vio lleno aquel tabernáculo (pues no
otra cosa era el restaurant) de tunos, que en menos que se
pestañea, hicieron desaparecer veinte o treinta pescadillas y otros
tantos panecillos que había sobre la mesa.- ¿Hay más? decían todos –
pero como no hubiese otro comestible, nos conformamos con lo que había y
unas botellas de vino (vinho en portugués) que no podía ser peor.
Cuando uno se quejaba de la mala calidad de la
bebida, replicaba el padre Dionisio, ¿cómo quieres que sea un vino que
se escribe con h?
Pagamos el gasto con religiosidad y volvimos al
convoye que en una hora próximamente nos llevó a la estación de
Pampilhoza, punto de empalme con la línea de Beira Alta y en donde
paramos cuarenta minutos.
La fonda recibió numerosa y grata visita; el
consumo fue grande y bien retribuido.
Creíamos que en esta estación por su proximidad a
Coimbra nos esperaría alguna comisión pero sin adelantar juicio todos
callamos el mal efecto de esta omisión que contrastó bien pronto con el
recibimiento que nos hicieron los estudiantes de Coimbra, y que merece
capítulo aparte.
EL TUNO PRIMERO
(Continuará.)
____
NOTA: Artículo
procedente de investigación original inscrita con el número SA-120-02 en
el Registro de la Propiedad Intelectual. La presente edición ha sido
normalizada y corregida para evitar el uso no autorizado de la misma.
Todos los derechos reservados.
|